Escribo esta columna en la antesala del reestreno de Ñublense en Primera ante Universidad Católica, en medio de la pirotecnia en redes sociales que desatan algunos hinchas, quienes le piden al equipo que clasifique a una copa internacional, que pelee arriba y otras tantas expresiones de deseo, que casi siempre, responden a la emocionalidad y no al análisis frío del contexto.
El elenco ñublensino viene recién ascendiendo a la máxima categoría tras cinco años de ausencia, con un plantel renovado en casi un 90 por ciento y un entrenador con tremendo potencial, pero que hace su estreno en la categoría.
La historia señala que en sus cuatro anteriores estaciones en la serie de honor del balompié chileno, (1977 (al 79’), 1981 (solo un año), 2006 (hasta el 2011) y 2013 (hasta el 2015), Ñublense jamás pudo sostenerse más de cinco años en Primera.
El derrotero también marca que al club le ha costado sacar jugadores de su cantera para potenciarlos en el primer equipo y lanzarlos a la vitrina de la categoría con más focos.
Pablo Parra fue el último, pero explotó fuera de casa y ahora brilla en Curicó Unido y fue nominado a la Selección Chilena; y Juan Leiva, que tuvo un fugaz paso por cadetes, pero se fue desechado para construir su futuro desde Deportes Concepción hacia la UC y la Roja.
El club, claro está, ha crecido en infraestructura. El Complejo Paso Alejo es un principal patrimonio, aplaudible y aún perfectible (faltan cabañas para la concentración del plantel y cadetes y una cancha sintética más una piscina, que están en proyecto), pero también debe consolidar su proyecto deportivo. Como potenciar realmente el trabajo en las series inferiores, perfeccionar la política de contrataciones y disminuir el margen de error en la búsqueda de valores.
Mejorando estos factores, Ñublense podrá aspirar, más que a una copa que puede ser una golondrina que no hace verano, a consolidarse en Primera en su quinta estación de su historia.
De lo contrario, matizará su retorno con una campaña buena y sorprendente y luego otra que lo pueda devolver al infierno, desde donde los “diablos rojos” de Jaime García salieron y al que no quieren volver.