Señor Director:
Chillán, con sus 204 mil habitantes y su estirpe de héroes, está sufriendo un secuestro sensorial. Científicamente, el olfato es el único sentido con línea directa al sistema límbico, donde residen las emociones y la memoria. Por eso, cuando el hedor de las chancherías invade nuestras casas, no solo respiramos gases; estamos asimilando un mensaje subconsciente de decadencia y falta de dignidad.
Somos la región con el segundo índice de envejecimiento más alto del país. Tenemos a miles de adultos mayores cuya única “libertad” es salir al jardín o abrir la ventana en verano. Negarles eso por la ineficiencia en el manejo de purines es, psicoanalíticamente, una forma de maltrato sistémico.
Las multas recientes de la SMA por $556 millones a planteles como Rucapequén son “cambio chico” para una industria que factura miles de millones. Mientras la autoridad no exija biodigestores de alta tecnología y sensores IoT que monitoreen el aire en tiempo real (visibles para todo ciudadano en una App), seguiremos viviendo en una “zona de sacrificio perfumada”.
Emprendedores y políticos de Ñuble: el progreso que huele mal, no es progreso, es extractivismo indolente. No permitan que el estigma de la “ciudad que huele a cerdo” reemplace nuestro legado cultural. La tecnología para eliminar el olor desde la raíz existe; lo que falta es la voluntad política de dejar de tratar a Chillán como el patio trasero del país.”
Juan Roberto Sandoval Toro



