Rugidos en la Reserva de la Biósfera

La cordillera de la Región de Ñuble, gran parte integrante del corredor biológico Nevados de Chillán – Laguna del Laja, no es solo un paisaje imponente, sino un tesoro ecológico de enorme valor biogeográfico, declarado “Reserva de la Biósfera” por la Unesco desde 2011 por su biodiversidad única y su función como corredor biológico entre ecosistemas andinos, precordilleranos y valdivianos.
Este territorio, que comprende más de 560 mil hectáreas y alberga especies emblemáticas como el huemul y otras endémicas, ha sido pensado como un espacio para la conservación de la flora y fauna, la protección de cuencas hidrográficas y el desarrollo sustentable de las comunidades cordilleranas.
Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto una intervención humana que amenaza con socavar este propósito fundamental: el cada vez más frecuente tránsito de motocicletas todoterreno en sectores de alto valor ecológico, como Aguas Calientes, Laguna El Valiente, El Florido y Dañicalqui, entre otras.
Lo que para muchos usuarios puede significar una aventura o un deporte aventura, en realidad genera impactos ambientales profundos y acumulativos. Los motores rugiendo en plena naturaleza producen una contaminación acústica que altera los patrones de comportamiento de la fauna silvestre, desde cóndores y zorros hasta aves menores y mamíferos sensibles como el huemul. El ruido no es solo una molestia para el visitante humano, sino una forma de contaminación ambiental que perturba la comunicación, la alimentación y los ciclos reproductivos de los animales, reduciendo la calidad del hábitat y favoreciendo el desplazamiento de especies hacia áreas menos óptimas. En ecología acústica se ha demostrado que la presencia de ruido antropogénico puede deteriorar los procesos naturales incluso en áreas protegidas.
Más allá del sonido, el tránsito de motocicletas impacta directamente sobre el suelo y la vegetación. El paso de ruedas fuera de senderos consolidados, o en ellos mismos, compacta el suelo, rompe la cubierta vegetal, incrementa la erosión y modifica las propiedades físico-químicas del sustrato, dejando huellas que pueden tardar años en recuperarse y que alimentan procesos de degradación más amplios. Estos efectos, documentados incluso en ecosistemas áridos, muestran cómo la recreación motorizada puede disminuir la diversidad vegetal y alterar la estructura del suelo, afectando la regeneración natural y facilitando la invasión de especies no deseadas.
Hay también efectos insidiosos sobre los cuerpos de agua y sus márgenes: derrames de combustible, aceites que caen en esteros o lagunas y plásticos que se desprenden de los vehículos. No solo contaminan directamente, sino que pueden ser transportados por corrientes hacia zonas más profundas del sistema hídrico.
Frente a estos impactos, algunas autoridades locales han actuado: la municipalidad de Pinto, por ejemplo, cuenta con una ordenanza de visita responsable y protección del medio ambiente que prohíbe la circulación de motocicletas fuera de caminos vehiculares habilitados en sectores ecológicamente sensibles. Sin embargo, las medidas normativas requieren fiscalización efectiva y educación comunitaria, porque sin ellas las ordenanzas quedan en letra muerta y la degradación continúa.