Señor Director:
A veces, en medio del ruido de campaña y los titulares que duran menos que una promesa, uno necesita volver a quienes hablaban con el corazón en carne viva. Imaginar qué dirían hoy no es nostalgia: es un ejercicio de lucidez. Porque cuando el país se siente torcido, conviene escuchar a quienes jamás escribieron para gustar, sino para decir la verdad aunque raspara.
La tesis es simple: si Mistral, Violeta, Neruda y Nicanor vivieran hoy, no se enredarían en discusiones de nombres, sino en recordarnos por qué seguimos votando. No para salvar a un candidato, sino para salvar lo que somos.
Mistral, que cargó más dolores que maletas, volvería a inclinarse hacia los que siempre llegan últimos. Diría que un país decente empieza por no dejar a nadie fuera. Violeta, con su mezcla de cuchillo y ternura, golpearía la mesa para recordarnos que el pueblo tiene rostro: la panadera insomne, la temporera que junta cansancio, el joven que estudia a pulso. Neruda invocaría el pan simple y compartido, porque ahí —no en los discursos— vive la dignidad. Y Nicanor, con su ironía demoledora, nos recordaría que “el pueblo no vive de promesas, vive de justicia”.
El hilo es claro: los cuatro empujan hacia la misma brújula —justicia, memoria, humanidad— una dirección que no depende de colores ni consignas, sino de lo esencial.
Y al final, eso es lo imprescindible: votar no por un nombre, sino por quienes cargan el país sin pedir aplausos; por la historia que nos hizo; por los que vienen; por un Chile donde la dignidad no sea un lujo, sino la norma.
Ricardo Rodríguez Rivas




