La segunda vuelta

Señor Director:
Hay fotografías electorales que no explican un país, pero sí congelan un suspiro. Y en este suspiro, la verdad es que la escena se ve clarísima: Jara arriba, Kast respirándole como quien no quiere perder la micro, y Parisi, desde ese tercer lugar que nadie vio venir, sosteniendo la llave más apetecida de la política chilena. Porque lo que viene no es una segunda vuelta; y es que parece más bien una coreografía incómoda para seducir a quienes nunca han querido bailar con nadie.
La tesis es nítida: quien logre conquistar al votante de Parisi, gobierna. No porque ese electorado sea fácil, sino justamente por lo contrario. Son jóvenes que cambian de canal como quien cambia de humor, criaturas digitales que quieren eficiencia inmediata y se les eriza la piel cuando escuchan discursos empolvados. No van a mítines, no gritan consignas, y si un candidato mete la pata, lo ven antes que su equipo de prensa.
Jara tendrá que hablarles sin batazos retóricos: economía del refrigerador, un Estado que no duela, trámites que no conviertan a la gente en estatuas vivientes. Kast, por su parte, deberá persuadirlos de que su mano firme no es amenaza sino un orden que ayuda a vivir, como una agenda bien llevada. Además, ambos tendrán que bajarse del púlpito —ese pedazo de madera que siempre cruje— y tocar la puerta del votante como quien llega sin anuncio, esperando que abran igual.
El voto de Parisi no es un botín; es más bien un espejo empañado. Refleja rabias antiguas, cansancios nuevos y ese deseo casi infantil de un país que deje de explicar tanto y empiece, de una vez, a arreglar lo que rompe. Quien lo entienda, gobierna. Quien lo subestime, bueno… pierde antes de desenfundar la primera frase.
Ricardo Rodríguez Rivas
Magister en Gobierno y Gestión Pública