Eutanasia y libertad

Señor Director:
San Juan Pablo II alertó al mundo sobre la “cultura de la muerte”, cuya manifestación más dramática en la sociedad actual es la profusión de legislaciones permisivas del aborto y la eutanasia. Ambos hechos conciernen y alteran la integridad de la vida humana, el primero impidiendo violentamente que se desarrolle en plenitud, y el segundo haciéndola concluir abruptamente de manera mecánica.
En Chile, el proyecto sobre eutanasia avanza en su tramitación legislativa, en medio de debates que escasamente tocan las cuestiones más de fondo involucradas en un asunto tan grave. Uno de los argumentos en su favor, es que la posibilidad de decidir sobre el término de la propia vida sería una expresión de la autonomía y libertad personal característica de las sociedades liberales y, en consecuencia, no habría nada extraño o perverso en su legalización. Se trataría de una ampliación de las libertades. Mucho se habla de la libertad concebida sólo como la posibilidad de hacer lo que una persona quiera, la ausencia de prohibiciones o limitaciones. Pero esa es una concepción muy precaria y escueta de la libertad humana, puesto que la desvincula de la natural orientación al bien inscrita en lo más íntimo de nuestra esencia humana.
En efecto, nadie aspira al mal para sí mismo, desea hacerse daño, fracasar o destruirse, y si alguien ansiara esos estropicios para su propia vida se diría con razón que se trata de una anomalía. Para ser auténtica, la libertad debe tener una conexión o sintonía íntima con el bien de la persona, y no con su destrucción o aniquilación. Afirmar, entonces, que la decisión en favor de la eutanasia sería una expresión de la libertad individual, resulta absurdo, poco racional, difícil de entender. Nadie quiere normalmente su propia devastación y, por lo tanto, esa manera puramente voluntarista de entender la libertad humana es profundamente equivocada.
Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega