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Memoria que interpela al presente

Cada 20 de agosto, Ñuble se convierte en el epicentro de la memoria nacional, y ayer no fue la excepción.

Pero esto no siempre fue así. El natalicio de Bernardo O’Higgins, que durante décadas se conmemoró en Santiago, encontró recién a mediados del siglo XX su lugar natural en la tierra que vio nacer al prócer. El historiador Marco Aurelio Reyes recuerda que fue Salvador Allende quien marcó un punto de inflexión. El derrocado presidente socialista asistió a cada ceremonia, incluso en 1973, en medio de un país convulsionado. Desde entonces, ningún Presidente de la República ha faltado a la cita.

El homenaje realizado ayer en Chillán Viejo, en el 247° aniversario del nacimiento del Padre de la Patria, no fue uno más. Estuvo marcado por la carga simbólica de ser el último que encabeza el Presidente Gabriel Boric, antes de concluir su mandato. En su discurso, el Mandatario apeló a la esencia comunitaria de O’Higgins: “Lo que hizo al declarar la independencia fue construir comunidad. Estos colores, que fueron obtenidos con sangre patriota, hoy nos unen y nos van a seguir uniendo por el resto de la eternidad”.

Su alocución buscó más que rendir honores: intentó transmitir un mensaje político en un contexto de tensiones y polarización política y ciudadana. El llamado a que la bandera nos una “más allá de las diferencias” se inscribe en la tradición republicana de los grandes consensos, pero choca con la realidad áspera de un país dividido y con una región que arrastra deudas históricas. Porque mientras en Chillán Viejo se evocaba la gesta emancipadora, las autoridades locales no perdieron la oportunidad de recordarle al Presidente que Ñuble necesita respuestas urgentes: una cárcel regional moderna, más centros de salud en las comunas, infraestructura acorde con el crecimiento demográfico y soluciones a la desigualdad territorial que persiste desde antes de la creación de la región, en 2018.

Ahí radica la paradoja de cada 20 de agosto. La jornada convoca a la unidad en torno a la figura de O’Higgins, pero también condensa frustraciones y expectativas. La conmemoración no es solo un rito cívico ni un desfile solemne, sino es un escenario donde se cruzan identidad, memoria y política, donde Ñuble se mira a sí misma como depositaria de un legado que, más que nostalgia, reclama proyección.

El desafío es evitar que la fecha se transforme en una postal vacía. O’Higgins no representa únicamente la épica de la Independencia, sino también la capacidad de imaginar un horizonte común. Si en su tiempo la tarea fue fundar una nación, hoy lo es construir cohesión en medio de la fragmentación, generar desarrollo equitativo en un país tensionado por las brechas sociales y territoriales, y asegurar que Ñuble no quede relegada en el diseño del Chile del futuro.

El paso del Presidente Boric por Chillán Viejo clausura un ciclo, pero abre otro. En 2026 será un nuevo Presidente o Presidenta quien encabece el acto. La pregunta es si la tradición podrá seguir siendo un espacio de encuentro real entre Estado y ciudadanía, entre historia y presente, o si quedará atrapada en la retórica.

El legado de O’Higgins nos recuerda que la unidad no se proclama, sino que se construye con hechos, decisiones y justicia territorial. Ese es el verdadero homenaje que Ñuble espera cada año.

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