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Basura en el río Chillán

La ribera del río Chillán se instaló esta semana en el primer plano de la noticia, pero no por un reconocimiento ambiental ni por un proyecto de restauración ecológica, sino por lo que parece haberse convertido en un patrón repetido: la acumulación ilegal de basura y escombros. Un registro audiovisual difundido en redes sociales mostró neumáticos, restos de construcción y desechos dispersos en la franja ribereña, en un sector que colinda con poblaciones, como Villa Doña Francisca y Villa Doña Rosa.

No es la primera vez que se denuncia esta situación. Tampoco es la primera vez que se anuncian operativos de fiscalización. En otras oportunidades, la Seremi de Salud ha cursado sumarios sanitarios por depósitos ilegales, pero el problema reaparece, como si las multas y advertencias fueran apenas un ruido temporal para quienes, amparados en la noche o en la ausencia de vigilancia, siguen utilizando el río como basural.

La Junta de Vigilancia del Río Chillán ha levantado denuncias durante años. Su presidente, Héctor Jaque, habla con resignación: “Para nosotros ya es normal que ese sector esté contaminado”. Sus palabras no deberían sonar normales. En una región que exporta berries, hortalizas y otros productos agrícolas regados con esas aguas, la presencia de contaminantes es una señal de alerta que debería movilizar a las autoridades, y también a la ciudadanía.

Después de que este medio publicara la denuncia, se desplegó un operativo conjunto de la Municipalidad de Chillán, la Seremi de Salud, la Superintendencia de Medio Ambiente y Carabineros, detectando vertederos ilegales en predios cercanos al cementerio Parque Las Flores. Se constataron residuos industriales, principalmente escombros provenientes de obras en ejecución. Hubo sumarios sanitarios, multas municipales y compromisos de investigación para dar con todos los responsables, desde el transporte hasta los generadores de los desechos.

Es un avance. Pero si algo nos ha enseñado la historia reciente de este y otros puntos críticos de Ñuble es que los operativos puntuales, por sí solos, no resuelven el problema. La acumulación de basura en el río Chillán no es solo una infracción aislada: es el síntoma de una combinación peligrosa de falta de educación ambiental, debilidad en la fiscalización y escasa trazabilidad en el manejo de residuos industriales y domiciliarios.

La autoridad municipal ha manifestado que seguirá fiscalizando “con fuerza” y que mantendrá presencia en el lugar. Bien. Pero esa presencia debe ser constante, no solo reactiva. El río Chillán no puede seguir dependiendo de denuncias ciudadanas para que se actúe, y menos aún convertirse en un vertedero de facto. Aquí se trata no solo de proteger un cauce, sino de resguardar la salud pública, la calidad de productos agrícolas y la imagen de una región que se proyecta al mundo con un discurso de sustentabilidad que no puede sostenerse si uno de nuestros principales ríos se usa como depósito de basura.

La denuncia que motivó el último operativo no debería perderse en el ciclo mediático. El seguimiento es clave para que en unos meses no estemos publicando, otra vez, imágenes de neumáticos y escombros en el río Chillán. La basura en su ribera es visible. La voluntad para erradicarla debe serlo aún más.

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