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Percepción y preparación ante desastres

En Ñuble, más del 90% de las personas ha enfrentado en su vida un desastre natural. Terremotos, incendios, inundaciones. Casi nadie ha quedado al margen. Sin embargo, la experiencia no se ha transformado en preparación, como revela la Segunda Encuesta de Percepción y Preparación ante Procesos de Riesgo de Desastre, elaborada por el Centro de Estudios Ñuble de la Universidad del Bío-Bío

El dato es contundente: el 97,7% de las personas encuestadas ha vivido al menos un desastre, con un promedio de tres por persona. Los terremotos y tsunamis son los más recordados (60,8%), seguidos por los temporales de viento (24,9%). Las pérdidas económicas y el daño o pérdida de viviendas son las consecuencias más frecuentes. Sin embargo, solo dos de cada diez hogares cuenta con un plan de emergencia familiar, y apenas uno de cada cuatro conoce rutas de evacuación. Lo demás se reduce a medidas mínimas: linternas, pilas, agua embotellada y alimentos no perecibles.

Este contraste de alta exposición y baja preparación nos vuelve vulnerables.

Y no es solo un problema doméstico: la mitad de los municipios de Ñuble ni siquiera tiene actualizado su plan comunal de emergencia. Apenas 11 de las 21 comunas han accedido a financiamiento del Programa de Gestión de Riesgo de Desastres para diseñar o modernizar esa herramienta clave.

José Sandoval Díaz, director del Centro de Estudios Ñuble, plantea dos prioridades estratégicas que deberían ser norte para las políticas públicas y las acciones ciudadanas: territorializar la gestión del riesgo con enfoque comunitario, y cerrar la brecha entre percepción y preparación. Esto no se logra solo con estudios, sino con liderazgo local, educación en riesgo, simulacros participativos y planes que nazcan desde la comunidad.

Porque la resiliencia, ese concepto tan usado y poco encarnado, no debería ser un adorno discursivo. Es la capacidad real de resistir, adaptarse y recuperarse ante la adversidad. El 79,2% de las personas en Ñuble se declara “altamente resiliente” a nivel personal. Pero la percepción baja cuando se habla de comunidad (60%). Y eso nos muestra una verdad incómoda: confiamos más en nosotros mismos que en nuestro tejido social y la cooperación.

El cambio climático y el crecimiento urbano han multiplicado la exposición a desastres, sobre todo en zonas de interfaz rural-urbana. Aceptar que estos eventos no son excepciones sino parte de nuestra realidad es el primer paso para actuar. El segundo es organizarse, antes y no después.

Ñuble tiene memoria de catástrofes. Lo que necesitamos ahora es convertir esa memoria en planes comunales robustos, preparación familiar y comunitaria, educación constante, y un sistema de alerta y comunicación que llegue a todos y todas, no solo a quienes tienen Facebook o WhatsApp.

La pregunta ya no es si volveremos a enfrentar un desastre. La pregunta es si, cuando ocurra, habremos hecho lo suficiente para que las pérdidas no sean inevitables. La respuesta, todavía, está en construcción.

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