Emprender un largo viaje a Estados Unidos con la expectativa de alcanzar prosperidad en dicho país, se le llama coloquialmente “el sueño americano”. Pero no todos van hacia el Norte. Por ejemplo, alrededor del año 2017 Chillán experimentó un notable aumento de inmigrantes haitianos. Antes de eso, era inusual ver personas afrodescendientes caminando por la ciudad.
Y es que en Chile no estábamos muy acostumbrados a la inmigración. Recuerdo que en Chillán algunas comunidades se organizaron para ayudarlos, recolectando ropa o dando asistencia en el idioma, salud, educación, etc. Se percibía su honesto deseo de alcanzar una vida mejor en nuestra patria. Pero, a través de los años, la perspectiva fue cambiando. Quizás porque se veía la negligencia del gobierno de turno en la gestión de la inmigración ilegal. O porque los noticieros vinculaban directamente la delincuencia con la inmigración. Lo que está claro, es que la sensación percibida hacia la inmigración se tornó negativa. Se levantó cierto temor hacia las personas migrantes. Política, moral o intelectualmente, las opiniones se polarizaron.
Sin embargo, es importante reconocer que la mayoría de los migrantes buscan un futuro mejor, como cualquier ser humano, enfrentando desafíos extraordinarios: incertidumbre, barreras de idiomas, peligros de muerte y vulneraciones. La inmigración en Chile ha generado un impacto económico significativo, que se ha reflejado en sectores clave como la agricultura, construcción y servicios. Según un informe del Centro de Políticas Migratorias, los migrantes en Chile no solo cubren sectores de alta demanda, sino que además han sido un motor para el crecimiento del PIB, aportando alrededor de un 13,4% del crecimiento entre 2009 y 2017. También, generan ingresos fiscales significativos, como el aporte de 415 mil millones de pesos en impuestos en 2021. Para ese mismo año, un 12,5% de las nuevas sociedades creadas tenían al menos un socio extranjero. Este espíritu emprendedor ha generado empleos y ha contribuido al fortalecimiento de sectores estratégicos, como el comercio y la manufactura.
No obstante, los migrantes aún tienen grandes desafíos en nuestro país, especialmente en términos de inserción laboral y subempleo. Muchos de ellos, con altos niveles de educación, terminan trabajando en empleos de baja cualificación, lo que impide aprovechar completamente su potencial y capital humano.
Frente a este escenario, es fundamental que como sociedad nos adaptemos a esta nueva realidad. El incremento en los niveles de inmigración exige ajustes en nuestras políticas públicas y sistemas de integración para asegurar una convivencia armónica y equitativa. La regularización de la inmigración, la promoción del empleo formal, y el desarrollo de programas de capacitación y apoyo para emprendedores migrantes son solo algunas de las medidas que se pueden proponer para maximizar los beneficios sociales y económicos de la inmigración en Chile y en Chillán. Debemos ver la inmigración como una oportunidad para el crecimiento económico y la cohesión social. El reto es crear un entorno que permita a los migrantes aportar plenamente, mientras la sociedad se adapta a esta transformación demográfica para asegurar un futuro próspero e inclusivo.
Ariel Soto Caro
Académico Escuela de Administración y Negocios Universidad de Concepción