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Existe el convencimiento, tanto en el mundo académico como en el sector privado, de que el futuro económico de la Región de Ñuble pasa necesariamente por aumentar la eficiencia de su agricultura, pero principalmente por agregar valor a su producción, que consiste básicamente en materias primas, siempre muy vulnerables a las variaciones de la oferta y demanda en los mercados internacionales, como hoy ocurre de forma evidente, y donde los productores de un remoto país del sur como el nuestro, muy poco pueden influir.
El sector primario sigue liderando las exportaciones chilenas de alimentos y un 90% se concentra en 34 productos. En la región de Ñuble, la oferta es todavía menos diversificada y se concentra principalmente en avellano europeo, arándanos, cerezas y un par de frutales más. Además, la existencia de muchos pequeños productores con dificultades de acceso a financiamiento, con una cultura recelosa de la asociatividad y con una baja incorporación de tecnología y capital humano calificado, son obstáculos importantes a la hora de pensar en la agregación de valor.
Por otro lado, en aquellas empresas de mayor tamaño, que sí tienen el capital o la capacidad de endeudamiento para invertir en innovación, no existe mayor interés por asumir ese riesgo, probablemente por falta de visión o de conocimiento. De hecho, existen escasos puentes de comunicación entre los centros de investigación locales y los ejecutivos de estas firmas, la mayoría de las cuales tiene su matriz en otras ciudades, razón por la cual los primeros no conocen las necesidades y expectativas de los segundos, y por otro lado, estos últimos no siempre saben de los avances en materia de investigación científica obtenidos a nivel local para el desarrollo de alimentos procesados, los ingredientes, los aditivos y los extractos naturales, o incluso, mediante la innovación en la conservación, como la deshidratación y la liofilización.
Por otra parte, es indispensable que exista un mayor compromiso del Estado, y por tanto, de sus autoridades, por generar incentivos en el agro de manera de brindar las condiciones para una efectiva industrialización, con obras de riego, con infraestructura pública y con logística adecuada, con energía a bajo costo y con capital humano calificado, pero principalmente, con una visión integradora que permita posicionar a la industria de los alimentos como el motor de la economía de la región.
Si bien los acuerdos de libre comercio firmados por Chile facilitan el acceso de nuestros productos a los grandes mercados mundiales, no es menos cierto que Colombia, Argentina y Perú también pueden ofrecer lo mismo. En ese sentido, avanzar en materia de diversificación y en la agregación de valor a la producción no solo permitiría enfrentar con más herramientas los vaivenes de los precios internacionales de las materias primas, sino que también aumentar los retornos para productores y exportadores.
El desafío, entonces, pasa necesariamente por la asociatividad de los pequeños productores, de manera de no quedarse bajo el carro de la innovación, y por otro lado, sumar a las grandes empresas a asumir un liderazgo en esta materia, aprovechando no solo el potencial que la naturaleza le regaló a Ñuble, sino que también la masa crítica que existe en universidades y centros de investigación locales.