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La delincuencia es la principal preocupación de los chillanejos (as). No hay duda. Ni el alza del desempleo, los bajos salarios, la pobreza, ni las pensiones de miseria, logran quitarle esa posición, dada la percepción de inseguridad en la población, que contrasta con las cifras de victimización o las estadísticas muestran una caída de los delitos.
Según el último Índice de Vulnerabilidad Sociodelictual, confeccionado por la Subsecretaría de Prevención del Delito, Chillán es la tercera comuna con menor cantidad de delitos e incivilidades cometidas durante este último año en el país. Ello sería la consecuencia de la transformación experimentada en materia de prevención e investigación, desde que se crearon las nuevas Zonas Policiales, lo que consideró la creación de unidades como la Sección de Encargo y Búsqueda de Vehículos, de Carabineros, igual que el OS9, el GOPE, Labocar o el COP; mientras que la PDI ha potenciado brigadas en materia tecnológica y delitos económicos. Igualmente, la televigilancia ha jugado un rol clave. En 15 años la ciudad pasó de 8 a 1.100 cámaras de seguridad pública, la mayor parte monitoreada por Carabineros y funcionarios de Inspección Municipal.
En resumen, hay avances y resultados. Sin embargo, todos los estudios de opinión realizados en los últimos 24 meses y que recogen la percepción sobre temas que generan inquietud en la población, revelan que somos una de las ciudades más preocupadas por el crimen y violencia.
La última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (Enusc), volvió a mostrar ese desacople. Por una parte, una alta percepción de inseguridad, reflejada principalmente al temor a ser víctimas de algún delito, y los porcentajes reales de personas que, en efecto, han sido víctimas de la delincuencia.
Algunos insisten en repetir que las cifras de victimización no son preocupantes o que las estadísticas muestran una caída de los delitos, y no se equivocan, pero no han entendido que la delincuencia dejó de ser un problema de seguridad, sino que se ha convertido en un asunto político, ya que se mezclan la obligación del Estado de brindarnos seguridad y el eventual sacrificio de libertades públicas y derechos en aras de ella. Esto nos plantea que la gravedad del problema puede conducir a soluciones populistas que terminen horadando las instituciones democráticas. Así ha ocurrido en otros tiempos y latitudes, con horribles resultados.
Por ello, es fundamental entender que éste es un problema político, que no es lo mismo que “politizar” el problema, como vemos hoy en parlamentarios y parlamentarias, igual que en varios candidatos a alcalde y a gobernador regional que desacreditan hasta el más mínimo avance y solo proponen más mano dura.
Es evidente que este tema no puede estar ausente en el debate comunal y regional de cara a las elecciones del 26 y 27 de octubre, pero hay que poner mucha atención sobre las expresiones demagógicas y los relatos sesgados, igual que sobre quienes las emiten, pues como bien advertía Aristóteles, hace 2.400 años, el demagogo siempre será un “mentiroso” y “adulador del pueblo”