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Si como la construcción de una lengua, y la expansión de todas sus potencialidades, es una tarea común de todos sus hablantes, también lo es el desarrollo de la vida democrática de una sociedad. Enriqueciendo su idioma, los miembros de una sociedad aprenden también a practicar, desarrollar y defender una vida en democracia.
Lamentablemente, pese a su importancia en la comunicación interpersonal, en la adquisición de conocimientos y en los procesos educativos, los niños, jóvenes y adultos de nuestro país utilizan un número deficiente de palabras, lo que no solo limita la expresión verbal, sino que también la comprensión.
Cuatrocientas son las palabras promedio que utilizan los jóvenes chilenos para comunicarse mediante el lenguaje verbal, una baja cifra, considerando que no supera el promedio latinoamericano. Lo mismo ocurre con los niños de nuestro país.
Para los expertos, el problema sería cómo se presenta el aprendizaje del lenguaje verbal en las escuelas, ya que “si bien el currículum en el sector del lenguaje incluye potenciar el vocabulario, las actividades apuntan a percibir el lenguaje de manera instrumental para manifestarse en un empleo, o para responder evaluaciones. Entonces no se percibe en otros campos, como el uso argumentativo, y cuando no hay capacidad de expresión, se achica el pensamiento.
El intelectual suizo Jean Piaget, concluye que el lenguaje avanza desde un nivel egocéntrico hasta alcanzar su madurez cuando se socializa y demuestra capacidad de dialogar, de preguntar y responder, de transmitir información adecuada a un interlocutor, de fundar juicios críticos con objetividad.
El lenguaje de esa etapa egocéntrica está muy ligado a lo que capta la percepción concreta, no razona con lógica, emplea argumentos de validez solo subjetiva. Al superar su inmadurez irá advirtiendo de qué modo el lenguaje es el gran medio que permite captar intelectualmente los objetos del mundo a través de conocimientos expuestos con palabras.
Inversamente, es a través del dominio del significado de las palabras que se asciende en el nivel del pensamiento. Lenguaje y pensamiento crecen mediante un apoyo recíproco.
Pero el “empobrecimiento” señalado no es exclusividad de los más jóvenes. También sus padres participan de esta declinación de la expresión verbal. Y qué decir de las redes sociales y algunas plataformas digitales, donde muchas veces junto con la vulgarización de la imagen hacen lo propio con el lenguaje.
Por eso, debería preocuparnos por la simplificación cada vez más notoria de nuestro idioma, que nos está conduciendo a un empobrecimiento de la democracia.
El significado del término “democracia” no se agota en decir solamente “gobierno del pueblo”. El ciudadano, para serlo en verdad, tiene que conocer sus derechos para defenderlos con el instrumento de la palabra, vigilar el funcionamiento de los poderes, respetar y sostener con el pensamiento y la palabra las instituciones y las leyes que sustentan la vida democrática del país.