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Alejandro Llano Cifuentes

España ha sido tierra fértil para conceder a la humanidad pensadores que han marcado rumbos favorables en el cultivo de la filosofía. Alejandro Llano forma parte de ese elenco. Autor de numerosos libros que han contribuido a campos muy diversos dentro de los saberes humanistas y que en particular, han ampliado la investigación sobre pensadores decisivos en la historia del pensamiento filosófico. “El futuro de la libertad”; “Maravilla de maravillas: conocemos”; “la Nueva Sensibilidad”; “Metafísica y lenguaje”; “El diablo es conservador”; “La vida lograda”; “Cultura y pasión”; y “Humanismo Cívico” son algunas lecturas imprescindibles entre sus trabajos filosóficos.

En cuanto a su vocación, vale la pena recordar su insistente motivación por inculcar en sus alumnos la infatigable búsqueda de la verdad. En este objetivo muchas veces repitió la honda exhortación de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guardártela.”

También es oportuno destacar que en gran parte de su trabajo académico subrayó la importancia de las humanidades, pues en su definición, “la buena salud social depende, en buena parte, del nivel cultural de un pueblo”. En este sentido además, enfatizó que hoy era imperativo realizar esfuerzos efectivos por lograr un hombre mejor en una sociedad más justa, planteamiento que lo llevó, desde la filosofía política, a proponer el Humanismo Cívico. Éste se distingue por tres características que mutuamente se exigen y se potencian entre sí. La primera y más radical consiste en el protagonismo de las personas, las que toman conciencia de su condición de miembros activos y responsables de la sociedad, y procuran participar eficazmente de su configuración política. En segundo lugar figura la consideración de las comunidades humanas como ámbitos imprescindibles y decisivos para el pleno desarrollo de las mujeres y los hombres que las componen, los cuales superan de esta forma las actitudes individualistas, para actuar como ciudadanos dotados de derechos intocables y de deberes irrenunciables. Y la tercera característica, consiste en “que el humanismo cívico vuelve a conceder un alto valor a la esfera pública, precisamente porque no la concibe como un magma omniabarcante, sino como un ámbito de despliegue de las libertades sociales y como instancia de garantía para que la vida de las comunidades no sufra interferencia”.

Ahora bien, a la hora de describir el propósito de vida más profundo que tuvo este connotado y prolífico pensador hispano, lo mejor es recurrir a su propia mirada introspectiva. Así, en el prólogo de “Olor a yerba seca. Memorias” (2008) es posible encontrarnos con una precisa descripción de lo que fue el inconfundible tránsito de su existencia: “Lo que sobre todo quisiera mostrar es mi torpe intento de unir existencialmente la indagación de las verdades filosóficas y la búsqueda de quien es Camino, Verdad y Vida. Los antiguos cristianos llamaban filosofía a la vida cristiana. Yo no confundo la una con la otra, pero estoy convencido como ellos de que el cristianismo es la verdadera philosophia”.

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