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Si bien Chillán goza del privilegio de contar con “cuatro fundaciones y tres traslados”, estos siempre tuvieron un grado de dificultad, o estuvieron envueltos en algún hecho inusitado.
Si nos remontamos al acto fundacional del Mariscal Martín Ruíz de Gamboa, en el Bajo del actual Chillán Viejo, correspondía al que su suegro Rodrigo de Quiroga había levantado un año antes, la empalizada a modo de fuerte, San Bartolomé. Para el cronista Córdova y Figueroa era “un abreviado paraíso con cuantos agrados para apetecer el deseo…”. En tanto, para el fundador su objetivo era “asegurar los caminos reales y la comunicación con las ciudades de arriba” (Concepción, Angol, La Imperial (actual Carahue).
El cura mercedario Francisco Ruiz, parte de la hueste, además de la cruz y la espada, portaba el estandarte de la Virgen de las Mercedes (o la compasión). Todo era embrionario, hasta 1598, con la Batalla de Curalaba, la muerte del Gobernador Oñez de Loyola, la destrucción de 7 ciudades y Chillán convertida en un refugio para los sobrevivientes.
En 1655, el rodillo indígena “no dejan piedra sobre piedra” (Muñoz Olave ) y el éxodo de 30 exiliado a Duao, en el Maule. Los desesperanzados abandonan la ciudad sitiada, portando la imagen de la Virgen del Rosario, la “Bella Peregrina” y los enardecidos indígenas que habían incendiado todo lo que fuera poblamiento con ferocidad, contemplaron la peregrinación sin mayor hostilidad. La Virgen los impresionaba.
En 1664, el gobernador Angel de Peredo restaura la ciudad en el mismo lugar con el nombre de “Santo Ángel de la Guarda”, que los chillanejos jamás aceptaron. Sin embargo, el propio Peredo la denominó como “La llave del reino”, protegiéndola con los fuertes de Quinchamalí, Ñuble, más dos torreones fortificados al sur poniente.
El infausto terremoto de 1751, determinó el traslado al alto de Chillán Viejo, que los jesuitas habían colonizado desde los inicios del siglo XVIII.
El Gobernador Ortiz de Rozas era influido por conspicuos vecinos, como Gabriel de la Barra (abuelo de doña Isabel) y por el párroco Simón de Mandiola, quien experimentó junto a los pobladores el portentoso milagro del sudor y lágrimas de la Virgen del Rosario. Otra vez el nuevo Chillán se levantaba a los pies de la Virgen María.
Nuevamente un terremoto (20 de febrero de 1835), determina el último traslado a Chillán Nuevo, decisión del Presidente José Joaquín Prieto, influenciado por los poderosos de la ciudad.
La discusión “reedificación o traslado” polarizó a los vecinos en bandos irreconciliables. Un plebiscito dirimente concluyó con el traslado y el destino de los habitantes del Bajo y los rancheríos liderados por el sacerdote José Antonio Vera (el Chilote), permanecieron en el Pueblo Viejo.
La nueva ciudad se levantaría en los terrenos del fundo Huadum de Domingo Amunategui, que vendería 400 cuadras, cuyo valor subió en más de 300%, en una evidente maniobra especulativa, donde habría sido clave su hijo, José Domingo, un abogado con sólidas redes e influencias en el Congreso Nacional. La solución fue declarar los terrenos de utilidad pública y una indemnización a los Amunagetui por 200 cuadras. En todo tiempo “se cuecen habas”.
A raíz del terremoto de 1939 que borró a Chillán del mapa, la surrealista propuesta del disruptor arquitecto suizo-francés Le Corbousier, de un nuevo traslado de Chillán, fue abortada tempranamente.
Marco Aurelio Reyes
Historiador