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Señor Director:
La lógica esgrimida según la cual es mejor dejar de ofrecer facilidades de becas a carreras que “no tienen un futuro claro”–refirién-
dose a las Humanidades- puede atomizarse en la siguiente pregunta: ¿para qué cultivarlas entonces?
Conforme esta visión, podría sostenerse que ellas no se condicen con nuestro tiempo. Como lo señaló Joaquín Barceló en Las
Humanidades (1982), razones no faltan: se desacoplan del imperativo de especialización que se ha impuesto el saber actual; están en
permanente tensión con la noción de progreso, pues se muestran refractarias a admitir la noción de éste en el sentido de superación
de lo antiguo por lo nuevo; y son inútiles por cuanto no sirven para producir bienes de consumo ni para acumular capital.
Si se piensa, por ende, que las humanidades quedan marginadas por carecer de futuro ¿cuál es el sentido de impulsarlas? La
respuesta, entregada por Barceló hace más de cuarenta años, cobra más sentido que nunca. Pues frente a un mundo tecnificado,
donde nuestra libertad se ha reducido a sus expresiones más superfluas y “el hombre pierde paulatinamente el dominio de la palabra
y adquiere una creciente familiaridad con la angustia; y pretende en dicho mundo ser feliz”, las humanidades continúan teniendo
una tarea social y política que cumplir, pues el ser humano necesita “construir renovadamente un mundo humano, un mundo que
no sea desvirtuado por las luchas de las facciones, que se vea amenazado por las autodestrucción provocada por una tecnología
irreflexiva, un mundo en que tenga cabida la auténtica libertad y no el capricho antojadizo y aventurero”.
En otras palabras, y como bien señaló Gabriela Mistral, “la humanidad todavía es algo que hay que humanizar”. Y para eso están
las humanidades.
Pedro Villarino
investigador de Faro UDD