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El litoral de la Quinta Región es especial, poéticamente hablando. En Isla Negra descansan los restos de Pablo Neruda; en Cartagena hace lo propio el poeta Vicente Huidobro; y desde enero del 2018 lo hace en Las Cruces el cuerpo de Nicanor Parra, el antipoeta nacido en San Fabián de Alico que se ganó un espacio dentro la poesía mundial.
Así lo dispuso en su “testamento”. Quería que su cuerpo fuera depositado en el patio de su casa en Las Cruces, mirando al mar, en una sencilla sepultura. Quería despedirse con un par de zapatos de fútbol, una bacinica floreada y una Biblia. No se sabe a ciencia cierta si su familia logró cumplir todos los cometidos, pero sí sus más cercanos alcanzaron a poner sobre el ataúd el famoso “Voy & Vuelvo” escrito por su puño y letra.
Desde el 2018, año de su fallecimiento, hasta nuestros días era un misterio la posible apertura de esta casa, tal como ocurre en Isla Negra con Neruda o la Casa Museo de Huidobro en Cartagena. Una disputa familiar por los bienes se extendió durante todos estos años, hasta esta semana, cuando el abogado a cargo de los trámites, Carlos Peña, confirmó que el clan familiar llegó a acuerdo.
Lo más importante de este acuerdo es que las casas de Las Cruces (en donde además están sus restos) y La Reina (en donde falleció) serán traspasadas a la Fundación Nicanor Parra para que puedan ser abiertas al público, tal como ocurre en la actualidad con las de Neruda y Huidobro. Una noticia que alegró a los seguidores de Parra Sandoval.
Muy pocos
Son muy pocos los chillanejos que pueden decir que algún día entraron en la casa de Las Cruces y pudieron compartir con el antipoeta. Pero testimonios hay.
Esteban Moraga es un joven oriundo de San Ignacio. En el año 2014 estaba en segundo medio en el Liceo Pueblo Seco y su curso realizó una gira a Isla Negra. Estando ahí, la profesora tuvo la ocurrencia de llevar a los alumnos a la casa de Parra en Las Cruces. “Gritamos hasta que salió la señora que lo cuidada. Nos dijo que el poeta no estaba, pero al rato apareció él y se acercó a la reja para saludarnos”, recuerda Esteban, quien hoy está terminando su práctica de docente en el mismo Liceo Pueblo Seco.
“Le entregamos unos libros y un regalo, era un retrato. Él nos regaló un antipoema: ‘Así, así, poco pipi pero bastante caca’. Estaba en una hoja de un cuaderno Colón. Arriba dibujó un corazón y cruzado decía: ‘Chillanejos del mundo, uníos antes que sea demasiado tarde. Barrio El Vaticano’. Había además, tres cruces. Él decía que una era de Huidobro, otra de él y la tercera de Neruda, que era el más ladrón”, recuerda entre risas.
Todo iba bien con el encuentro entre los estudiantes el antipoeta, hasta que de pronto desde la esquina, un hombre tomó una fotografía. “Él pensó que andaba con nosotros y se enojó. Nos dijo: ‘váyanse a la conchasumadre’ y comenzó a enfilar hacia su casa muy enojado. La profesora le había entregado un libro para que se lo firmara y él con el apuro se lo llevó”, cuenta Esteban.
Pero lo que Esteban no sabía es que esta no sería la última vez que vería a Parra. Al año siguiente, estaba trabajando muy cerca de Las Cruces, en El Tabo, cuando unos amigos poetas lo invitaron a un almuerzo en la casa del vate. En ese tiempo yo era voluntario del Cotolengo y mi intención era entrar al sacerdocio. Llegué a Las Cruces y comencé a preguntar dónde quedaba su casa porque no me acordaba mucho. Pero toda la gente sabía así es que no me costó llegar. Entramos a un recibidor donde había muchos cuadros y retratos. Almorzamos porotos con mote, y uno de los amigos le comentó que yo quería ser cura. Me regaló Temporal y me puso la siguiente dedicatoria: ‘A usted que desea el sacerdocio y la sotana, le digo por si las moscas que la cruz no sea de barro para que no desaparezca a la primera, que la cruz sea de sauce para que siempre vuelva a brotar’. Esa dedicatoria me la tatué al tiempo”, recuerda Esteban agregando que la misma frase estuvo presente en el juicio familiar con el fin de demostrar que Parra estaba en su sano juicio al momento de apagarse.
En ese encuentro Parra también se enteró que Esteban era oriundo de Ñuble, aunque no quiso ahondar en aquello. “Recuerdo que en su casa había un espacio chiquito con libros, también tenía cerámicas de Quinchamalí, una biblioteca anexa con muchos más libros, muchas imágenes religiosas y, por supuesto, sus artefactos como el crucifijo que reza: ‘El que pierde, gana’.
El ingreso es un típico hall, el comedor era amplio, y en la biblioteca tenía una guitarra de Violeta Parra; tenía números de teléfono escritos en las paredes. También tenía una frazada que le había hecho su mamá y que estuvo sobre el féretro para su funeral. Lo otro que conocimos fue la biblioteca anexa a la casa. Más allá, había una terraza que daba al mar. Ahí contó que él no había llegado a vivir a esa casa directamente, porque había comprado un castillo al lado, pero que estaba tomado por personas de la calle. Cuando lo adquirió, quemaron el castillo y a él no le quedó otra que comprar la casa aledaña, que es donde descansan hoy sus restos”, cuenta.
“En la puerta había un escrito que decía ‘Antipoesía’ y afuera estaba su escarabajo en donde la gente le dejaba recuerdos y regalos. Era una persona muy amable y muy bueno para la risa, era afable, lejos del mito que quizá él mismo quiso levantar”.