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El fomento de la asociatividad de los pequeños productores ha sido uno de los ejes de trabajo de las carteras de Economía y Agricultura que ha trascendido gobiernos, donde los énfasis de los discursos han ido variando dependiendo de la administración, pero sin grandes modificaciones de fondo en los instrumentos de apoyo.
Se trata de una receta probada que, en la medida que se implementa adecuadamente, permite obtener resultados tangibles en el corto plazo. Por ejemplo, la conformación de empresas asociativas campesinas, a través de figuras como las SpA o las cooperativas, han permitido a sus socios generar ahorros importantes en la adquisición de insumos de manera conjunta, así como también aprovechar las economías de escala para la producción a menores costos y sumar esfuerzos en la gestión comercial.
Lamentablemente, pese a los beneficios que genera la asociatividad, esta fórmula no es la regla en Chile. La desconfianza sigue siendo muy grande entre los pequeños productores, aunque no es la única razón que explica el bajo interés por trabajar de manera colaborativa. La búsqueda de la diferenciación, los estándares de calidad que no todos comparten, la falta de información, las brechas generacionales, el diseño de los incentivos y una historia de muchos fracasos en el mundo de las cooperativas, también asoman como factores para explicar el bajo nivel de asociatividad en comparación con los países de la OCDE.
En Ñuble todavía se recuerdan casos de cooperativas que desaparecieron por factores internos y externos, pero también hay casos de éxito, con empresas de larga data y otras más recientes, donde han sido denominadores comunes: el entusiasmo de sus socios, el espíritu colaborativo, el deseo de mejorar y el hambre de crecer más allá de las fronteras, porque no son pocos los que ya se dieron cuenta que el mercado chileno no solo es pequeño, sino que altamente concentrado y con serios vicios de competencia, lo que siempre termina perjudicando a los más pequeños.
En la última década, la región ha visto florecer nuevas cooperativas, por ejemplo, en el rubro vitivinícola, donde el objetivo de sus socios es básicamente lograr mejores retornos a través del trabajo conjunto, para lo cual apuntan a contar con mayores volúmenes de producción, a ser más eficientes y competitivos y a entrar en mercados internacionales.
Precisamente, en mayo pasado se oficializó la puesta en marcha del Instituto Nacional de Asociatividad y Cooperativismo, a través de un comité Corfo, dando cumplimiento a uno de los compromisos del gobierno, con el objetivo de impulsar este modelo asociativo. El INAC tiene un directorio público-privado y deberá articular al menos a 50 organismos – entre ministerios, servicios, municipios y gobiernos regionales, además de varios privados-, para la promoción y el fomento del cooperativismo.
No es casualidad también que en los últimos años los modelos de trabajo colaborativo entre los emprendedores, en diversos rubros, han ido ganando terreno. La multiplicación de los cowork es un fenómeno que da cuenta de ello, con jóvenes de espíritu que han entendido que se puede aprender y crecer mucho más cuando se generan redes de apoyo que cuando se trabaja de manera individual, lo que finalmente viene a fortalecer el llamado “ecosistema de emprendimiento”, donde las desconfianzas quedan de lado y se impone la colaboración como norma.