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De acuerdo al último informe de empleo entregado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), correspondiente trimestre enero-marzo de 2024, la tasa de ocupación en mujeres aumentó en 4,2 puntos en 12 meses, alcanzando un 42,4%. También constata que el desempleo en mujeres disminuyó al 9,7%, es decir, 2,5 puntos menos que el año pasado, en igual periodo. Lamentablemente, este aumento de la ocupación femenina se atribuye principalmente a la informalidad, pues los datos del INE revelan que los asalariados informales se incrementaron en 15,1%, mientras que, los asalariados formales solo crecieron 4,1%. Con estos datos, la tasa de ocupación informal en la región de Ñuble se ubicó en 36,7%, una de las tres más altas del país.
En este sentido, la compatibilización de la vida familiar, específicamente la crianza de los hijos, parece que sigue jugando un rol fundamental como principal factor de incorporación, aunque también deben considerarse otras causas que muchas veces se vinculan con la primera, como los bajos ingresos que perciben las mujeres, aspecto clave que hace que el costo de oportunidad de ingresar al mercado laboral sea más alto (el sueldo de una niñera o el pago de una guardería) que el salario al que se aspira.
Y esto lleva al ámbito de la segregación de la mujer a ciertos sectores de la economía, así como también a la discriminación en cuanto a la calidad de los empleos, donde la precarización del trabajo sea más notorio en mujeres que en hombres.
La precariedad de los empleos de las mujeres tiene mucho que ver con las rigideces del mercado laboral y con una cuota importante de discriminación cultural, legal y económica, pero también con las dificultades para compensar la crianza de los hijos con el empleo, lo que obliga a muchas a buscar ocupaciones que les permitan estar físicamente con la familia la mayor parte del tiempo.
Lamentablemente, esta brecha entre hombres y mujeres es más notoria en los segmentos más pobres de la población, lo que está relacionado con la segmentación laboral y con la brecha salarial.
Y eso se traduce también en condiciones de salida del mercado de trabajo más duras que las que, siendo también precarias en los mayores de 50 años, soporta el colectivo masculino, con mayor desprotección en el tramo final de la vida laboral y con prestaciones de menor cuantía cuando las mujeres llegan a la edad de jubilación.
En la última década se han dado pasos importantes para contrarrestar las inequidades del mercado laboral, donde destaca la construcción de salas cuna lo que ha permitido aumentar la cobertura, la ampliación del postnatal, programas de capacitación gratuitas, bonos a mujeres de segmentos más pobres, subsidios para emprendimientos y un programa público de guarderías.
Pero claramente el desafío es profundizar los planes y programas que ya están en ejecución, y avanzar en poner fin a las discriminaciones que desincentivan la contratación de mujeres, modificar las leyes de salud que castigan a la mujer fértil y flexibilizar las leyes laborales de modo que cuando se haga referencia al género en el ámbito laboral, la precarización y desigualdad de ingresos no sean sinónimo de empleo femenino.