Share This Article
Los beneficios de los modelos económicos asociativos son conocidos ampliamente, sin embargo, pese a toda la evidencia, académica y empírica, existe un natural rechazo a la asociatividad en la cultura empresarial local, marcada por una fuerte desconfianza.
Una acentuada individualidad que para algunos es una virtud, pero que para otros es todo lo contrario a lo que hoy necesitan los empresarios y emprendedores de la Región de Ñuble. Y no se equivocarían, pues la fuerte concentración de los mercados y el desafío de la internacionalización del sector agroalimentario debería llevar a entender que la asociatividad es un desafío urgente; un imperativo para pequeñas y medianas empresas que quieren tener oportunidades en mercados cada vez más competitivos, dentro y fuera de Chile.
Es por ello que no son pocas las instituciones, programas e instrumentos del Estado que actualmente promueven la asociatividad entre los agricultores (grandes, medianos y pequeños), ya sea para lograr volúmenes que suele demandar el mercado internacional y que de manera individual nunca alcanzarán, como también para enfrentar los riesgos de mejor forma y reducir costos fijos, de acuerdo a las economías de escala.
La asociatividad se concibe como una unión voluntaria de personas que se articulan para llevar a cabo acciones conjuntas en pro de alcanzar objetivos comunes que no podrían lograr individualmente. En este sentido, asociarse para mejorar el negocio agrícola supone mucho protagonismo de los productores y productoras, pero también un fuerte compromiso de las instituciones de apoyo del Estado para garantizar asistencia técnica, capacitación, servicios de información, comercialización y sobre todo, financiamiento.
Las debilidades de la economía local son muchas y entre ellas la atomización del sector es una de estatura mayúscula, pues dificulta la adopción de tecnologías, encarece la adquisición de insumos, incrementa el costo de los créditos y disminuye el poder de negociación de los pequeños productores agrícolas frente a los intermediarios comercializadores.
Lamentablemente, asociarse no es algo que esté internalizado por nuestros agricultores. En ello se conjugan factores como la desconfianza, el individualismo y la idiosincrasia. Pese a ello, muchos de los prejuicios son derribados cuando los productores, conscientes de sus debilidades, aceptan ser parte de un proyecto colectivo y obtienen beneficios por ello.
Es tiempo de revalorizar la colaboración como una valiosa herramienta de desarrollo económico y mejoramiento social. Y no se trata solo de lo que ofrece el cooperativismo, que es un modelo bastante virtuoso, sino de diferentes alternativas para la organización agrícola, incluidas las diferentes formas de sociedades contempladas en nuestra legislación comercial, como también otros formatos institucionales, con y sin fines de lucro.
En este particular capítulo de la historia de Ñuble, el aporte de nuevas formas organizacionales, que rompan el individualismo, puede ser de inestimable valor para salvar a muchas pymes agrícolas y permitir el salto de otras.