Share This Article
Cada año, ad portas de la vendimia, vuelve a asomar en el debate público el problema de los bajos precios que se pagan por las uvas viníferas genéricas, en que los pequeños productores se lamentan porque los grandes poderes compradores ofrecen precios irrisorios, que no alcanzan a cubrir siquiera los costos de producción, pero lamentablemente están obligados a vender debido a que no tienen capacidad de guarda y no existe una verdadera competencia entre los compradores, pues todos ofrecen el mismo precio.
A esta compleja situación, que a simple vista luce irregular, en que unos pocos compradores manejan el precio, y en que los vendedores están muy atomizados y no tienen capacidad de negociación, se suma lo que consideran el “fraude” de la adulteración de vinos, donde apuntan a prácticas como añadir agua y vinificar uva de mesa. “El mercado está inundado con productos de menos de 9 grados o que contienen agua, azúcar y saborizantes, que se promocionan como vino, pero no lo son”, explicó el martes ante la Comisión de Agricultura de la cámara de Diputados la coordinadora de la Coalición Nacional de Viñateros, Yenny Llanos.
Esta problemática ha sido analizada en años anteriores, e incluso, hace una década el entonces ministro de Agricultura, Luis Mayol, igual que la Fiscalía Nacional Económica, concluyeron que en dicho mercado no existe colusión, sino que la acción de un líder (Viña Concha y Toro) que es imitada por los demás compradores en el precio ofertado.
Otra de las imperfecciones de este mercado es que es muy poco transparente, ya que no existe información veraz y oportuna sobre los precios y tampoco sobre las existencias, lo que favorece a los compradores. Lamentablemente, los compradores y los corredores negocian con los productores de manera individual, ya que estos últimos recién están siendo capaces de agruparse en grandes organizaciones para mejorar su posición en la negociación.
Entre los argumentos que utilizan estas grandes empresas para justificar los bajos precios que ofrecen, los más recurrentes son el sobrestock (acumulación de existencias por sobre los requerimientos), los bajos precios internacionales del vino y la caída de la demanda internacional. Sin embargo, cuando se contrastan dichos datos con la información estadística disponible, se concluye que tales argumentos difieren bastante de la realidad.
Y en cuanto a la adición de agua al vino, se trata de una desviación donde se mezclan una deficiente fiscalización y el uso mañoso de la norma que permite ocupar agua para lavado de equipos de molienda, disolución de aditivos y rehidratación de levaduras de fermentación, totalizando un 7% de agua permitida, sin que sea declarada en las etiquetas.
Esta historia de abuso y precios distorsionados no es nueva. De hecho, muchos deben recordar que en años anteriores los viñateros han regalado sus uvas en señal de protesta. Sin embargo, después de una década nada ha cambiado en este mercado, lo mismo que la incertidumbre y la preocupación que se vuelve a apoderar de más de 6 mil viñateros y viñateras de la región de Ñuble.