La forma en que los nuevos alumnos distribuirán sus inscripciones en las carreras universitarias, una vez que conozcan los resultados de la PAES desde el próximo martes, constituirá un dato valioso para conocer hacia dónde se orienta la juventud para construir su futuro.
Diversas motivaciones pueden gravitar en el proceso de decisión, sea que se trate de vocaciones definidas tempranamente, sea que influyan especialmente la tradición o el consejo familiar, sea que prevalezca la atracción de nuevas propuestas profesionales presentadas en el menú que ofrecen las casas de estudios.
Un criterio básico de la orientación vocacional es que la definición nazca de la personalidad juvenil, pues de esa manera se da un paso fundamental en el camino de su madurez y, por otra parte, el futuro profesional asume por sí mismo la responsabilidad del esfuerzo que los estudios exigen. Ese planteamiento no inhibe la demanda lógica de información o asesoramiento a proveer al interesado en una etapa de vida de esta significación.
No obstante, el efecto de las últimas novedades con respecto al estado actual de una carrera antes que determinantes de una elección puede constituir solamente el refuerzo de una decisión positiva o negativa.
Por otra parte, al elegir qué estudiar, dónde estudiar o -quizás más importante- por qué estudiar determinada carrera, la decisión debe pasar por la necesaria reflexión de que la carrera elegida supone una definición de vida y que tal trascendencia impone optar por una institución que garantice una formación de excelencia. La palabra clave en este sentido es “información”. De la calidad de la casa de estudios y su acreditación, de la preparación de sus docentes, de la oferta formativa integral que entrega el plantel, de la capacidad de disponer de campos reales para las prácticas profesionales.
Debe confiarse en la seriedad de los procedimientos elegidos por quienes están a cargo de estos procesos y en su capacidad para producir resultados que den informaciones confiables a la comunidad, en un complejo territorio donde lo subjetivo puede llegar a pesar más allá de lo conveniente.
Así como es deseable que los jóvenes que iniciarán en 2024 una carrera hayan elegido en función de una deliberación reflexiva, también es fundamental señalarles la importancia de que se mantengan informados acerca de la evolución que siguen las carreras elegidas, pues las innovaciones son constantes dentro de una sociedad en la cual crecen incesantemente conocimientos y recursos tecnológicos, en tanto que el mercado laboral se torna más exigente y reclama mayor formación. Por ello, el porvenir de los jóvenes requiere ir unido a un esfuerzo de perfeccionamiento continuo.
Es atinado insistir, por lo tanto, en la necesidad de que se realice en la enseñanza media un proceso orientador por el cual los adolescentes vayan tomando conocimiento del complejo panorama del trabajo y la profesión en tiempos de una economía que ha tomado dimensiones globales y en la cual las innovaciones científicas y tecnológicas obligan a una actualización continua y a ganar en capacidades adicionales para satisfacer las futuras demandas.
Ese es un aporte que el sistema educativo no puede desatender, pero que, contrariamente, está cada vez más ausente en nuestra educación media