Señor Director:
Es interesante apreciar cómo el lenguaje no sólo tiene la función de expresar la realidad de la manera más fidedigna posible, sino que a veces la encubre, la niega o simplemente la distorsiona. Esto se puede advertir en la forma como algunos dirigentes fuerzan a las personas a hablar de una determinada manera, a usar ciertas expresiones, a disponer sólo de una restringida dotación de palabras y conceptos. Así se empobrece el lenguaje, se reduce la diversidad, y las conversaciones y actos de habla tienden a ser más superficiales, pues se revelan incapaces de transmitir las sutilezas envueltas en la realidad.
Lo anterior se puede graficar con esa idea tan extendida, y alegremente aceptada sin mayor reflexión, de que el lenguaje crea realidad; como asimismo, con la imposición de que son objeto las personas de usar el denominado lenguaje inclusivo. Si bien hoy estos fenómenos acontecen y se pueden detectar en todo el espectro de posiciones políticas, adquieren mayor intensidad, e incluso visos de franca agresividad, en el terreno de la izquierda más religiosa. Se ha ido configurando, de esta forma, una cierta cultura en torno de estas realidades, que destaca por su tendencia a la simplificación, el prurito normalizador y una declinación crecientemente totalizante, si no decididamente totalitaria.
La expresión “socialismo democrático”, para dar un solo ejemplo, usada por todos los actores de la escena pública, debiera reenviar forzosamente a la consideración de que existe otro socialismo que no es democrático, o que no lo es plenamente o que, al menos, no lo es siempre. Nadie, sin embargo, se detiene a cavilar sobre expresiones de este tipo, que escudan con el velo de la opacidad realidades que es mejor ni siquiera examinar.
Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Abogado