Señor Director:
Una vez más, la bandera de Chile ha salido vencedora en una nueva batalla de las tantas que ha tenido que librar a lo largo de su historia. Desde el primer día de la Convención Constituyente, existió el ánimo de ningunearla. Loncón anunció que venían a refundar a Chile. En el acto inaugural no tuvieron la presencia debida las autoridades ni los símbolos de la República. Todo se había hecho mal, llegaban los fundadores de un nuevo orden, donde 9 “naciones” deberían convivir. La mayor de todas cargada de deudas históricas debería ceder territorios y poderes a grupos minoritarios dispersos en la geografía.
La cereza fue la pifia al himno nacional. La bandera de Chile se confundió con decenas de otras banderas mostrando su nuevo rango en la fundación que se iniciaba, pero no pudieron arrinconarla y comenzó a resistir fuera de la Convención. Al término del evento, los refundadores se dieron cuenta que, de la resistencia, la bandera había pasado a la ofensiva. Apresuradamente, comenzaron a reinstalarla y hasta la pusieron en la portada de la primera edición de la nueva Constitución. Una maniobra electoral que millones de chilenos no compraron. Pero, como en el elenco refundador, unos más puntudos que otros, en Valparaíso decidieron darle a la bandera el mayor agravio: ponerla en el trasero de artistas en pelota.
Pero, la heroica de Rancagua, Iquique y La Concepción, tocó el alma de millones de chilenos que salieron a rescatarla y a ponerla en su lugar: El mástil de la patria y el corazón de los chilenos. ¡Cuánto dolor sentirían los cuarteles donde se ha jurado dar la vida por su dignidad!
Una inmensa mayoría acudió a las urnas y le dieron una rotunda victoria. Así la veremos otra vez invicta en las Fiestas Patrias.
Alejandro Witker
Historiador