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El buen gobernante

Hace un par de días pude asistir a una extraordinaria conferencia del filósofo español Rafael Alvira, quien abordó esta temática. Tengo que confesar que me sorprendí al ver pocos profesionales de la política, pues ¿acaso en estos tiempos no sería deseable que ellos escucharan a los filósofos?

En esta oportunidad, el autor de “La razón de ser hombre. Ensayo acerca de la justificación del ser humano”; “Filosofía de la vida cotidiana”; “El lugar al que se vuelve. Reflexiones sobre la familia”, entre otras tantas valiosas obras, compartió una serena reflexión en torno a algunas de las principales características de un buen gobernante, las que por cierto, tendrían que verse en un buen gobierno.

Destacó entre ellas la capacidad de rectificar el orden de las cosas cuando es necesario, y la capacidad de orientar a los ciudadanos en pro del bien común. En ambas capacidades traslucen el carácter ético, educativo y económico que el buen gobierno ha de desplegar para que de esta forma, impere la justicia en la sociedad.

La reflexión del profesor Alvira en mi opinión, apunta a una condición clave e ineludible, pues al reconocer los límites de la política situando en el centro a la dignidad de la persona humana, entonces se logra separar a esta noble actividad respecto de la demagogia, de los sofistas, y también de los populistas. En este sentido, tal como mencionara Leonardo Polo en “¿Quién es el hombre?”, original obra de antropología filosófica publicada en 1993, “En la aplicación práctica del saber, la última palabra la tiene la ética. Aunque las ciencias sociales o humanas, que, por sus límites, se distinguen de la ética, posean cierta autonomía (que reside en su misma limitación), esas ciencias estudian leyes de alternativas, y deben por tanto remitirse a la ética. Pues tales ciencias no ponen la alternativa: quien la pone es el ser humano.

La ética tiene la última palabra porque la alternativa es lo peculiar del tiempo social. Si no fuera así, no habría ningún criterio para la asignación de recursos, o para fumar o no fumar. Si no existiera el bien humano, las ciencias prácticas se quedarían perplejas ante las alternativas de las que dependen”.

El político, el buen político, no puede ignorar los límites de su actividad, y tampoco puede actuar haciendo trampa o tomando atajos en que la moral quede fuera del marco de acción. Debe, por el contrario, desplazarse por un camino sencillo de ver, pero que no es siempre fácil de transitar. Por esta misma razón, al buen gobernante no le basta con conocer solamente las leyes, sino que tiene que saber mucho de antropología y poner en práctica la prudencia, la fortaleza y la templanza. Sin el carácter que estas virtudes proveen, resulta impensable un buen gobernante o un buen gobierno.

¡Qué difícil es encontrar buenos políticos! Sin embargo, vale la pena considerar también, lo decisivo y trascendental que es que quienes decidan participar activamente en el gobierno de un país (y de cualquier organización), procuren una sólida formación en las humanidades, pues son éstas las disciplinas que nutren respecto de los asuntos de la persona humana.

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