Los intelectuales y nuestro tiempo
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Se suele señalar que cada época o periodo histórico tiene sus propios intelectuales; al respecto cabría preguntarse dos cuestiones centrales. En primer lugar qué se entiende por intelectual y cuáles son los intelectuales de estos tiempos.
Respecto a la primera pregunta, la literatura es bastante profusa, por lo tanto, para no detenernos en una extensa caracterización del concepto, compartimos la definición que nos entrega el argentino Carlos Altamirano, para quien un intelectual, específicamente el intelectual público, es aquel ciudadano que busca animar la discusión de su comunidad, que no busca el consenso complaciente, pero tampoco las simplificaciones, ya sea el mesianismo político como el discurso mediático. Dicho intelectual público se vale de su competencia en alguna disciplina, para desde ahí animar el debate, pero no solo entre sus colegas o su campo disciplinar, sino que a toda la comunidad.
Dicho lo anterior, nos preguntamos sobre los intelectuales de nuestro tiempo. Parece ser que hoy en día nos enfrentamos a dos problemas mayores referentes al campo intelectual. Por una parte la hegemonía del neoliberalismo ha significado que ciertas disciplinas sean las “voces autorizadas” en cuanto los debates, políticas públicas y cuestiones de contingencia. Allí destacan los hombres del área económica, del Derecho y en menor medida de la ciencia política o politólogos. El segundo problema y relacionado con lo anterior es que la preeminencia del pensamiento neoliberal o del liberalismo a ultranza ha conllevado que otras áreas del conocimiento y del quehacer científico estén al margen del debate o simplemente no sean consideradas. Pienso en disciplinas como la historia, filosofía, sociología o literatura por ejemplo. Es difícil encontrar en los medios escritos, radiales o televisivos algún panelista, polemista o intelectual de aquellas áreas que sea parte de algún panel de análisis. Peor aún, ya pocos hablan del intelectual, mejor es hablar del “experto”, esa figura que recorre los medios y es consultada como “palabra sagrada” con frecuencia por la prensa.
A partir del contexto histórico en el cual estamos viviendo, el intelectual ha devenido en la figura del experto. La política, como señaló un autor tiempo atrás, ya es sin los intelectuales y si estos llegan a estar presente, es generalmente para entregar su apoyo o respaldo, por lo menos mediático a determinadas medidas, programas o proyectos. Es decir, alejados de toda crítica, más bien complaciente y genuflexos.
En consecuencia, en estos tiempos, donde campea la pobreza del debate y priman/destacan las imágenes, slogan y lugares comunes, resulta difícil encontrar la figura del intelectual tal y como lo señala Altamirano, puesto que una cosa es animar el debate público, sobre la base de argumentos y fundamentos teóricos o científicos y otra muy distinta convertir (degenerar) al intelectual en un mero controversista que solo busca polémica simple y mediática a través de lugares comunes, la fraseología y en otros casos la simple condescendientes con el poder de turno.