La cultura de la destrucción
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Por estos días hemos sido testigos del ataque sufrido por el edificio de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Concepción. Semanas atrás nos enterábamos de los destrozos que se efectuaron en la Facultad de Educación de la casa de estudios, producto de la “toma” u ocupación que se hizo de ella durante la última movilización.
Es aquí donde cabe preguntarse ¿qué motivos o argumentos tienen estas personas para emprenderlas contra edificios universitarios?
Se podrán señalar razones políticas, ideológicas, de opresión y violencia que ejercería la Universidad o quienes allí se desempeñan, incluso factores emocionales y de una fuerte carga de subjetividad, asociadas a la frustración, rabia e impotencia con el sistema; por lo tanto, atacar un edificio es una buena forma de “catarsis”, descargar toda la ira, rabia e impotencia contra algún inmueble.
Para otros se trata de atacar directamente al corazón de una institución que estaría al servicio del capitalismo o en connivencia con el sistema y no falta quienes por diversión o pasar un momento de excitación hasta el paroxismo gustan de enfrentarse a carabineros, causar algún daño o figurar en los medios.
Si bien, se pueden buscar varias explicaciones para este estado de cosas, lo cierto es que la cultura de la destrucción parece haberse naturalizado en ciertos grupos o sujetos; más aún, al ver que varios de aquellos actos quedan en la más absoluta impunidad, sin responsables y menos sin sanción. Por lo tanto, resulta hasta cómodo y fácil seguir reproduciendo este tipo de actos o esta cultura destructiva e impune que daña lo que esté a su alcance.
Pero la cultura de la destrucción e impunidad, no se remite solamente al daño que se pueda causar a un determinado edificio o repartición universitaria, es decir a lo material. Sin restar importancia a aquello, la cultura de la destrucción va generando otro tipo de daños, como son el crecimiento de la desconfianza, en otros casos el miedo o inseguridad, a lo cual se suma la sensación de pena, rabia e impotencia al ver cómo se daña y destruye uno de los tantos espacios que representa la esencia misma del trabajo universitario. Un lugar donde se estudia, investiga, realiza docencia, se crea conocimiento, incluso como lugar de encuentro y sociabilidad de varios jóvenes, quienes los fines de semana realizan sus “perfomance” artísticas.
Entonces ¿qué hacer para hacer frente al avanza de la cultura de la destrucción y la impunidad? Primero una condena pública y sin ambigüedades de parte de todos los actores universitarios; en segundo lugar, reforzar por ejemplo a través de la docencia, una cultura del diálogo, respeto y convivencia democrática y por último, establecer sanciones ejemplares para aquellos alumnos o alumnas que estén involucrados en este tipo de actos vandálicos.
La Universidad se respeta, cuida y se defiende, principalmente de aquellos grupos o sujetos que lo único que persiguen es reproducir en su interior esa cultura de la destrucción y de impunidad que en otros espacios (externos) se ha terminado por naturalizar.