¡Señor: Fulmina la región domesticada!
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Hace unos días, cerca de Traiguén le preguntaba a un longko de mediana edad -¿Para qué Ud. cría estas cuatro vacas y un ternerito recién nacido? Su inesperada respuesta me llenó de reflexiones y de metáforas: “-Para tenerlas listas cuando sea mi velorio, y allí todos gocen compartiendo cuando frente a mi cadáver les toque toda la noche hablar de mi historia”. Es decir, los bienes, la diversificación de la matriz productiva, no son fines en sí mismos, sino meros recursos, meros medios, -“vaquitas- que solo se justifican para celebrar las proezas, las hazañas, las gestas, sea que estas fracasen o que tengan éxito. No importa el resultado, sólo importan la travesía y sus desafíos. “Mantente siempre con desafíos”, decía Marcelo Guital, el empresario invitado por la UBB en el aniversario del primer año de Ñuble. Otro Marcelo, el loco Bielsa nos dijo un día: “En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, lo importante es el tránsito, la dignidad con que se recorre el camino en la búsqueda del objetivo”. Entonces “¿para qué construir un camino si éste no conduce a una catedral?”, se preguntaba el poeta Elliot. ¿Para qué desvivirme si lo que veo es un futuro tan típico y predecible, además de ya hecho, aunque sea trabajando 40 horas semanales? Aunque sean 20, siempre serán muchas y alienantes las horas de trabajo si solo trabajamos por plata. Porque solo las cuentas baratas las paga el sueldo del trabajo, porque las caras las paga el trabajo del Amor. Por tanto, ¿para qué ser región si voy a ser como las demás? No tiene ningún sentido repetir la misma historia gris, mediocre, ramplona y resentida de las urbes que nos marginaron. Sólo nos justificamos aquí si tenemos un sueño programático en común. Y esto, ¿de dónde sacarlo, quién debería entregárnoslo? ¿Santiago, para someternos a sus migajas y resignarnos a seguirle proveyendo longanizas? Por supuesto que de una sola parte: de nuestros sueños, de esos que desvelan nuestra alma, de esos que viene en medio del insomnio y que a la postre nos salvan del egoísmo y a la vez son el aire respirable de este mundo. “Buscad la inspiración porque una inspiración salva al mundo”, insistía Guital.
Una región es un barco que busca el vellocino de oro del buen vivir, del alto vivir que le corresponde a la identidad humana. Es un viaje, una aventura incierta, aunque parta con aparejos débiles y con una lona podrida; no un presupuesto de la Subdere. Es una nave que se la juega en la mar del tiempo y apuesta por un puerto lejano, no un reparto del FNDR o de los restos de un viejo botín político maloliente. Es trazar una lucha, un ambicioso derrotero bajo la Cruz del Sur, aunque las tablas de la quilla hagan agua. Es un viaje de travesía, no una costanera marginal a orillas de una metrópolis. Una región es un gesto de rebeldía que se zafa del destino común de un mero habitar casitas de 50 mts2. con un autito, plasma y aguinaldo dieciochero. Es un galeón guiado por un horizonte improbable, no unos bonos de almuerzos con pisco sour, donde se especula con unas cuotitas de poder asignadas por unos muy listos que saben hacer lobby. Es un timón, no un ancla; es una cubierta para diseñar sueños a la intemperie, no un prostíbulo elegante, con mercancías de placer barato consumido al mejor postor.
¡Moléstanos Señor cuando estemos demasiado satisfechos con nosotros mismos; cuando nuestros sueños se hayan hecho realidad porque significa que soñamos demasiado poco; ¡Moléstanos Señor, cuando vayamos navegando muy tranquilos por apenas la orilla de las aguas de la vida! Si la nave la conduce Dios, ¡qué importa si las junturas de nuestro barco necesitan más calafateado!