Además de las numerosas preocupaciones que aquejan al rubro agropecuario, existe una inquietud creciente respecto del futuro de la actividad, a partir del notorio envejecimiento de la población campesina y el desinterés de las nuevas generaciones por el oficio agrícola.
Las expectativas que generan entre los jóvenes las oportunidades de educación superior y de acceso a mejores remuneraciones en las ciudades han profundizado el proceso de migración hacia centros urbanos que se ha venido dando hace décadas, lo que se ha visto acelerado por el deterioro de las condiciones de inversión por parte de los agricultores tradicionales.
Lamentablemente, la falta de transparencia de algunos mercados agrícolas, que ha perjudicado a pequeños productores, se han convertido en un desincentivo para el crecimiento de algunos rubros e incluso ha forzado a muchos propietarios a vender sus tierras, principalmente a grandes empresas, tanto agrícolas como forestales.
Paralelamente, las dificultades para acceder a créditos bancarios, han mermado las posibilidades de crecimiento de los agricultores, lo que ha hecho más difícil atraer a los jóvenes a interesarse en esta actividad. Pero más allá del desafío de ser potencia agroalimentaria, que hoy no es más que un eslogan inspirador, el verdadero desafío de la nueva región debe ser el de mejorar las condiciones económicas para asegurar un desarrollo armónico del territorio, y ello supone el acceso a educación y a ingresos más que dignos en las zonas rurales, así como también un mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes.
Desde esa perspectiva, el cuadro no estará completo si no se consideran los importantes cambios registrados por la juventud rural, que hoy cuenta con mayores accesos a servicios que lo que tenían sus padres o abuelos. La cobertura educativa también es mayor y las tasas de analfabetismo son cada vez más bajas. Además, Internet los ha acercado a una cultura de globalización y a un imaginario del desarrollo que destaca lo nuevo, moderno y cambiante.
Sin embargo, a pesar de esos cambios, las brechas geográficas continúan perpetuando desventajas en sus condiciones de vidas, en relación a sus pares urbanos con menores niveles de educación, con condiciones de empleo más precarias e informales, y dinámicas de género con mayor profundización de desventaja de las mujeres jóvenes rurales.
Si bien es razonable la preocupación del mundo agrícola por la migración temprana, no podemos quedarnos solo con la visión del joven rural como agricultor. Hay una importante proporción que podría trabajar en empleos rurales no agrícolas, en la medida que sus comunas vayan creciendo, sobre todo mujeres jóvenes. Por lo tanto, cualquier esfuerzo de promover un desarrollo territorial equitativo en la región debe ser capaz de visibilizarlos (as).
No se puede pensar en hacer políticas dirigidas a los y las jóvenes de Ñuble sin comprender las transformaciones del mundo rural, y tampoco podemos llegar a comprender estas dinámicas cambiantes sin escuchar las voces y aspiraciones de sus protagonistas. La respuesta de la política pública tiene que ser pertinente a la situación de la juventud rural, visibilizando sus particularidades y superando, por tanto, el sesgo urbano con el cual tradicionalmente se la ha abordado.