“Nos salvamos porque nosotros habíamos estado en reuniones con el programa Fosis (Fondo de Solidaridad e Inversión Social) meses antes del terremoto. Vimos donde en Tailandia la gente se estaba bañando y cuando el mar se recogió, y la gente corría hacia dentro del mar en vez de salir. Entonces nos empezamos a agrupar. El temor era que el mar saliera y nos ahogáramos todos. Nosotros ya teníamos en mente que si el mar se recogía había que salvarse subiendo hacia el cerro porque esto es todo bajo. Le pedimos a las autoridades que nos ayudaran antes de cualquier tragedia, preparando a las familias en el mismo verano del 2010 en caso de tsunami”, relata Marta Henríquez (54), presidenta de la Junta de Vecinos de Perales desde hace más de 20 años.
Ubicado en Coelemu, provincia de Itata, Perales oculta las únicas historias de sufrimiento en la actual región de Ñuble producto del tsunami del 27F. “El agua azotó gran parte de Perales, y luego hizo movimientos de lado. No es que solo haya llegado a gran parte, sino que azotó y destruyó todo lo que pudo.No dejó nada nada parado, nada. Todas mis cosas de adentro de mi casa las sacó, todas. Fue muy triste estar durmiendo en el suelo, sin frazadas. Venían helicópteros a dejarnos cosas para armar carpitas por último. Íbamos a recoger pedazos de latas para poder armar una mediagüita para poder pasar el tiempo mientras que nos daban las casas. Después empezamos a organizarnos y acá estamos viviendo ahora. En el momento del terremoto yo estaba en Concepción. Pude llegar a mi casa a los dos días después. Pero apenas llegamos vimos la destrucción muy grande. Imagínese llegar a donde estaba su casa y no ver nada. No se sabía donde estaba el camino. Después nos fuimos al cerro con todos los que arrancaron del tsunami, porque no encontré casa ni nada donde estar abajo”, recuerda Rosa Cea (67), quien además comparte que fueron alrededor de ocho meses los que tuvo que vivir en campamento: “Meses después pudimos empezar a hacer los trámites para tener nuestro nuevo hogar. Mucha gente quiso volver a sus terrenos, pero muchos prefirieron no volver por miedo a lo cerca que estaban del mar. Yo me quise venir a hacer mi casa acá mismo en mi terreno, porque no lo quise perder”, comenta Rosa, quien en el momento de la tragedia vivía en compañía de su nieto de 12 años, quien hoy la visita ocasionalmente por motivos de estudios. Hoy vive sola en el mismo sitio que dejó en aquel momento, en una casa mucho más moderna, con baño -a diferencia de antes- y con diseño anti-tsunami.
“Tenía todo armado”
Gabriela Irribarra (28), había egresado recién del colegio. A diez años, recuerda la catástrofe que vivió en compañía de sus padres y sus dos hermanos: “Iba a empezar a estudiar en la universidad. Habíamos salido el día antes del terremoto y tsunami a comprar las cosas para irme a Concepción. Tenía todo armado. Nosotros vivíamos abajo (avenida principal). En la noche sentimos el temblor y mi mamá nos despertó. Estuvimos harto rato en la casa hasta que nos dijeron que había que arrancar. No teníamos vehículos ni nada, lo único que teníamos era una bicicleta. Salimos sin nada, solo con lo puesto, en pijama. Arrancamos hacia el cerro y luego sentimos la ola, así que seguimos corriendo para arriba. Cuando bajamos, vimos que quedó solo la cerámica, pensando que el agua solo había entrado, nunca pensamos que iba a sacar todo. Encontramos cosas tiradas por todos lados”, rememora. Posteriormente también vivió con su familia en campamento durante meses, aunque luego se mudaron a una casa que les fue prestada por parte de un conocido. Hasta que entre 2012 y 2013 recibieron su nuevo hogar en la inaugurada Villa Esperanza, la que alberga a cientos de vecinos que perdieron su casa en el episodio.
Reconstrucción y actualidad
La Junta de Vecinos de Perales congrega a 150 socios activos. Su presidenta, Marta Henríquez, comentó que actualmente Perales alberga a 1.200 habitantes, distribuidos en 160 familias. “En forma de vida, hay varias personas que viven mejor ahora. Pero los que teníamos vida hecha y terreno para crianza de animales, no lo veo así, porque vivimos más aprisionados. No es la libertad que teníamos antes. Yo tenía alrededor de una hectárea. Pero, para los demás es mejor ahora como viven ellos y se ven mejor. La pavimentación es bonita y se hizo después del terremoto. Ahora se están haciendo arreglos del camino entre Coelemu y Perales, con mejor locomoción, lo que aumenta la calidad de vida”, afirma.
En la actualidad, Perales cuenta con su avenida principal totalmente pavimentada. A su vez, tiene restaurantes con platos costeros. Sin embargo, Marta Henríquez comenta que “actualmente no existe alcantarillado. Lo otro es que tenemos poca agua para toda la gente. En invierno no nos bañamos con agua caliente porque existe poca presión que entra al calefont. Tenemos APR; pero como esto ya es catalogado de urbano, queremos un sistema urbano”.
Texto: Javier Figueroa
Foto: Mauricio Ulloa